Decimos “te perdono” con facilidad, como si esa palabra, pequeña y sonora, pudiera ser lanzada al viento como una hoja seca. Pero el perdón, como fenómeno humano, es un acto profundo que solo puede emerger cuando hemos dejado atrás el resentimiento, cuando hemos comprendido con el corazón y no con la razón, cuando nos hemos encontrado con nosotros mismos a través del otro.
Y es curioso, profundamente curioso, que el perdón solo sea posible cuando no hay olvido. Porque olvidar no es perdonar. Olvidar es borrar. Y el perdón no borra: integra. Es el proceso mediante el cual una herida deja de doler como acusación, y pasa a doler como memoria, como aprendizaje, como parte del camino que nos llevó a ser lo que somos.
El perdón es siempre una expresión del amor. Pero no un amor romántico o ingenuo, sino un amor que ve más allá del ego, que se atreve a mirar la historia del otro, a comprender su dolor, su ceguera, su desconexión. Es una apertura al otro como legítimo otro. Es comprender que nadie actúa desde el mal por el mal mismo, sino desde un intento —torpe, torcido, a veces trágico— de cuidar algo en sí mismo.
Y esto, claro, no significa justificar la violencia, ni hacer apología del daño. Significa comprender que todo acto humano emerge en una red de circunstancias, historias, carencias y dolores. Que todo acto es, de alguna forma, una expresión de lo posible en un momento dado. Y que la transformación no viene de castigar, sino de mirar con profundidad.
La violencia engendra más violencia. El dolor no sanado busca expresarse, busca atención, busca reparación. Por eso un niño golpeado no necesita aprender a golpear más fuerte. Necesita aprender a mirar dentro de sí, a reconocer su valor, a cultivar su dignidad. Necesita un espacio donde no se lo prepare para sobrevivir en la guerra, sino para vivir en la paz.
A veces confundimos la fuerza con la respuesta más inmediata. Pero la verdadera fuerza está en la conciencia. En saber que, aunque fuimos heridos, no tenemos que herir. Que aunque fuimos excluidos, no tenemos que excluir. Que aunque hemos sentido miedo, podemos elegir actuar desde el amor.
En mi mirada, toda persona —toda— actúa desde una intención bondadosa. Incluso cuando el acto sea oscuro. Incluso cuando su efecto sea destructivo. Porque en lo profundo, incluso el crimen puede ser un grito de pertenencia, una súplica por reconocimiento, una forma distorsionada de buscar lo que todos buscamos: amar y ser amados.
Y si comprendemos eso, algo en nosotros cambia. Porque entonces ya no estamos atrapados en la trampa de la víctima y el verdugo, sino que nos situamos en una dimensión más amplia, donde podemos reconocer nuestra parte en lo sucedido, nuestra responsabilidad en sostener o transformar una situación.
El perdón, entonces, no es una concesión que damos desde arriba. No es “yo, superior, decido perdonarte a ti, inferior”. Es una experiencia de encuentro. Es una danza en la que uno deja de ser el centro del mundo y se abre a la posibilidad de ver, con ojos nuevos, lo que antes dolía desde la herida.
Y ahí, en esa comprensión profunda, el dolor cambia de color. Ya no es veneno, ya no es cadena. Es huella. Es memoria viva que no nos atrapa, sino que nos libera.
No quiero que compartas necesariamente mi visión. No busco convencer. Solo quiero dejar una semilla: que el perdón no tiene que ver con olvidar, sino con comprender. Y que esa comprensión es la única que puede abrir el camino a una vida plena, serena, libre.
Jesús lo decía en parábolas, en gestos, en silencios. El perdón era para él un gesto radical de amor, un testimonio de humanidad despierta. Y aunque uno no sea creyente, puede sentir la verdad profunda de ese gesto. Porque perdonar es reconocer que el otro es como yo: vulnerable, confuso, falible. Y que solo en ese reconocimiento podemos encontrarnos como iguales, como hermanos, como seres humanos.
Te dejo esto como reflexión. Porque si algo he aprendido, es que todo acto de conciencia es ya un acto de libertad. Y el perdón, cuando es verdadero, es el umbral de una vida nueva.

Perdono pero no olvido. El perdón como acto de conciencia: una reflexión sobre el dolor, la comprensión y la libertad
—
Leave a Reply