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espués de su seco sollozo, con la mirada en alto y sus pupilas estremecidas levantó sus brazos, de manera abrupta, reclamándole al convulsivo grito del viento por tan insensatas sinrazones. Sus pulgares se estiraban, erguidos como las manecillas de un reloj pasado mediodía hacia un cielo necio, al que por más que se le gritaba seguía omitiendo los apetitos de su fiel heraldo.
José era ya un viejo de coyunturas[1] apagadas, sus ojos casi inexpresivos adornaban de tan sobria manera aquellas cejas viejas, largas y profundas, que se avecinaban de manera pesada hacia las expresivas arrugas que concordaban entre sus mejillas. Sus manos gruesas, de uñas poco cuidadas, su pantalón azul añejo deslucido por el tiempo, por el mismo tiempo a quien con una lealtad sobre humana y el debido respeto a la circunspección[2] del clima el predicaba desde hace 42 años.
Su exactitud al predecir los vaivenes del tiempo era tal que más pareciese que este hombre sentenciara dicha suerte en vez de presagiarla. Y es que sus años, y tanta experiencia era más que prueba y palabra necesaria para demostrar al más incrédulo hombre que cuando este tipo dice que llueve, es porque sin duda siquiera hay que sacar un paraguas.
Pero los años cambiaban, y ahora en esta tierra las noches se hacían mas largas, más que en los otros inviernos. El frio compelía[3] a cargar con una noche eterna, a plegar los parpados y concomitar[4] con un bostezo el rol cualquiera que imponiese sobre nosotros la voluntad de las lluvias. Mientras en otros lugares el calor contrario era tal que el borde entre la locura y la cordura eran 6 simples tejas de barro que arremetían con sus sombras contra el deseo crápula[5] que intentaba dominar la mente de las personas.
Y fue en ese día, justo pasadas las 2 de la tarde de su cincuentenario, viéndose cansado de intentar comprender el por qué de esas últimas voces contingentes[6] y embusteras en las nubes, y conminado[7] por la necedad de un cielo que desde hace 3 años embestía sin previo aviso con los más inusuales giros del clima que decidió, con vehemencia y coraje partir hacia el calvero[8] que le enseño a leer en el ayer al próximo amanecer.
Hallándose en silencio comprendió entonces el daño que cada persona había causado lentamente sobre el planeta, con ira sus manos arremetieron a escribir una catilinaria[9] acusando a su gente de haber dañado el bello ciclo de climas del que este planeta disfrutaba. Y advirtió que su trabajo había ya terminado: “resguárdense solo con la esperanza de que otro mundo os acobije, porque el destino ahora esta pedido en las crueles manos del tiempo”.
[1] Coyuntura: Articulación movible de un hueso con otro
[2] Circunspección: Prudencia, cordura, seriedad
[3] Compeler: Obligar a alguien, con fuerza o por autoridad, a que haga lo que no quiere.
[4] Concomitar: Acompañar una cosa con otra
[5] Crápula: Mala persona
[6] Contingencia: Posibilidad de que una cosa suceda o no
[7] Conminar: Amenazar.
[8] Calvero: Paraje sin árboles en el interior de un bosque
[9] Catilinaria: Escrito o discurso vehemente dirigido contra alguna persona.
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